Añorando el hogar

Por: Diego Maldonado, estudiante de Estética, 2009

La Corporación Pío Jaramillo Alvarado presentó en el año 2004, como parte de un proyecto cultural encaminada al rescate del Patrimonio Histórico de Loja, la adecuación del antiguo edificio del Colegio Bernardo Valdivieso con las diferentes salas destinadas a la difusión de la historia de la Música en Loja. La edificación ubicada en las calles Bernardo Valdivieso entre Rocafuerte y Miguel Riofrío, cuenta con más de 100 años de antigüedad y es considerada como una reliquia histórica por ser una de las pocas construcciones que mantienen la belleza de la arquitectura colonial. El edificio brinda espacios a distintos usos, dentro de él se puede encontrar una cafetería, las instalaciones de la “Orquesta Sinfónica de Loja”, entre otras cosas, y por supuesto el “Museo de la Música” que es la chispa provocadora del presente escrito.

Mi primera experiencia con este edificio sucedió hace más o menos medio año, cuando dos amigos –con quienes nos conocemos desde el colegio y que ahora estudian ingeniería en turismo en la Universidad Nacional de Loja debían realizar una especie de pasantía y escribir un reporte sobre un museo o un lugar turístico de la ciudad; ellos ya conocían el “Museo de la Música” y lo escogieron como sitio para realizar su informe. Una tarde me contaron del trabajo que estaban realizando y me sorprendió el nombre del museo, y me pregunté, ¿existe un museo de la música en Loja? ¿cómo será? ¿qué exhibirán?, y me empecé a imaginar lo común: un salón grande con cuadros de músicos famosos, parecido a una galería que no me daría mayor sorpresa.

Un día acompañé a uno de ellos al museo con el pretexto de saludar a mi otro amigo y salir de la duda sobre cómo es el “Museo de la Música”. En todo el camino iba distraído conversando con  mi amigo, caminamos las cuadras necesarias hasta llegar a una cuadra de distancia del edificio; me sorprendió que hubiera pasado por esas calles antes y nunca me percatara de que ahí se encontraba un museo. Mi segundo amigo que nos estaba esperando cerca de la entrada, me volvió a distraer y tras un par de bromas y los saludos correspondientes nos decidimos a entrar. Para ellos un día más de trabajo y para mí la posibilidad de acabar con mi curiosidad.

Al llegar a la entrada me detuve, me llamaron la atención dos pequeñas puertas en cada una de las paredes de la entrada, me impresionó que presentara la antigüedad del edificio sin reservas, yo esperaba un salón que intente presentarse con cierto toque “moderno” o de intachable pulcritud que llegue a la incomodidad, un lugar donde se hable bajo y se camine muy despacio; pero la imagen que me llegó a la mente era la de la comodidad de una casa antigua, y empezó mi viaje mental en el tiempo a un lugar más tranquilo, más cómodo, un lugar donde los días pasaban con menos apuros, donde se tenía el tiempo para admirar un rayo de luz solar colarse por la ventana, donde se podía tener grandes aventuras sin tener la necesidad de moverse, en ese tiempo la imaginación era la que hacía el trabajo y en el primer encuentro con este edificio la imaginación empezó a distenderse como en aquellos tiempos, empezó a relajarse y dejarse llevar como si aún gozara de las energías de la niñez.

Mis amigos tenían que reportarse por lo que tuve unos minutos para ver a solas el museo.No era lo que esperaba: el edificio me era demasiado familiar, la mezcla de sorpresa con la de añoranza me confundía, ya no sabía que pensar, la sorpresa mató a mi falsa seguridad abriendo la puerta a la imaginación junto con la voluntad de dejarse llevar por lo que provoca este sitio tan familiar para mi. Me dejé llevar por la imaginación en aquella antigua casa, reconocí las anchas paredes, el techo grande –que de pequeño me parecía demasiado alto y aun ahora pienso que lo es, nada más que ahora se trataba de esta casa–, la forma cuadrada de la edificación, el pasamanos de madera, el crujido de los pisos, toda ella tiene un sonido muy parecido al que recordaba de mi niñez.

Esta casa me deja recordar lo bueno que es no tener mayores obligaciones, ni mayores ambiciones, simplemente el despreocuparse de todo y verlo con igual asombro, el sentir que todo es nuevo aunque luzca viejo; recuerdo que el patio de mi casa lucía un poco así no contaba con plantas y césped como lo tienen el “Museo de la Música”, pero me parecía el mejor sitio para observar pequeñas cosas como el caminar de una hormiga o para jugar con tanto espacio y corretear, cruzando de los cuartos al patio, de las sombras a la luz, de un país a otro –y con la imaginación se lo puede conseguir–, llegando agotado al mismo lugar de donde se comenzó pero sin importarle, se es feliz con el simple hecho de llegar cansado. Las “gordas” paredes que me parecen suaves y fuertes a la vez, me regresan la sensación de protegido en el abrazo de una madre, permiten sentirse tan cómodo que se puede bajar la guardia y dejarse llevar por los sentimientos. Las viejas y desteñidas tejas, el sonido de las tablas, el techo alto que en algunas partes deja verse sin el recubrimiento de la pintura, la gran mayoría de este recorrido me recuerda a la casa en la que pasé mi niñez con sus muros de grandes dimensiones, como gigantes gordos, tranquilos, espaciosos relajados, “lisos” por el trajín a lo largo del tiempo, me regala una tranquilidad tan grande como las proporciones de sus paredes, tal vez semejante al vientre oscuro y fresco de una vasija de barro –recordando una linda canción ya que hablamos del museo de la música–, sin duda me gustaría descansar en un lugar así.

Me gusta mucho la forma que tienen estas casas, aunque podrían verse como muy encerrados o como una pequeña cárcel, disfruto del sentido personal que permite su forma, lo encerrado pero a la vez lo libre que puede presentarse, este cuadrado que te encierra pero que es tan grande como tú quieres que lo sea, es tu pequeño o gran mundo. Tal vez al inicio se creaban las casas de esta forma para restringir la vida fuera del círculo familiar. Pero también es un lugar que permite tener inspiración con mucha facilidad, aunque no se puede ver el horizonte, pues las paredes cierran en cuadrado y estas tienden a facilitar únicamente la vista al patio. Desde él se tiene una gran salida hacia el cielo, aunque la meta no se la pueda poner en el horizonte, se la puede poner en el cielo –el límite es el cielo. El patio es como el lugar más importante de la casa, es el sitio que presta mayor espiritualidad, se puede presentar como el lugar más melancólico de la casa o el más alegre –para mí estos estados de ánimo estaban marcados por el clima cuando llovía y cuando el día era soleado. Personalmente me gustaban los días en que llovía y los chorros del agua cayendo por cada canal del tejado, el frío tranquilizador obligaba a tomar un descanso para ocupar las energías en cosas más simples como prestar atención a la forma en que se crean los charcos y la forma en que se propagan las ondas al ser golpeado por otra gota de agua, ahora me permitiría o hasta me obligarían a pensar en viejos amores, sueños un tanto olvidados, cosas que supieron apasionarme en algún momento de mi vida pero que se perdieron de rumbo. Podría quedarme en el patio viendo la noche pasar, dejando que los fantasmas de mi niñez o los actuales, jueguen aunque sea en mi imaginación, pero lamentablemente este ya no es mi patio. En todo caso, esta casa me muestra que el mundo es tan grande como tú quieras que lo sea.

Luego de sobreponerme al asombro y a la sensibilidad de lo ya vivido surgieron algunas preguntas, entre ellas, ¿Influyó sobre mí la casa en la que crecí? ¿Influye en la mayoría de personas? Yo creo que sí, creo que es muy importante tener el ambiente adecuado para la formación de cualquier individuo, el crear el espacio de seguridad para que el niño tenga un lugar para ser niño y para que un adulto pueda ser niño otra vez.

Deja un comentario